El consentimiento invisible


Detrás de lo visible —las leyes, los gobiernos, los medios y los sistemas— opera un entramado mucho más profundo, que no pertenece al plano racional ni explícito. Es un sistema de control que actúa en niveles simbólicos, vibracionales y arquetípicos. Quien no percibe estos planos, juega un juego que no entiende, con reglas que desconoce, y pierde sin saber que estaba participando.

Gran parte del control moderno se basa en un marco jurídico comercial derivado del Derecho Marítimo, también llamado ley del almirantazgo. Esta estructura no se aplica al ser humano vivo, sino a entidades ficticias: corporaciones, instituciones... y personas jurídicas. Cuando naces, te registran con un nombre en MAYÚSCULAS (por ejemplo, JUAN PÉREZ). Ese no eres tú. Es un constructo legal que funciona como activo financiero y que queda sujeto a contratos, impuestos y normativas ajenas a tu voluntad consciente.

Cada vez que actúas sin objeción —cuando firmas, aceptas, callas o cumples— no estás actuando como ser soberano, sino como esa persona legal ficticia. En ese sistema, el silencio equivale a consentimiento. Y está diseñado para que nunca seas consciente de estar participando. La trampa no está en el contrato, sino en que no sepas que existe.

Las élites, sean o no ocultistas, conocen principios universales: el libre albedrío, la ley de causa y efecto, la ley de correspondencia. Y por eso se cuidan de “avisar”. Si te muestran lo que harán y tú no lo rechazas activamente, creen que han evitado la consecuencia kármica. Lo llaman consentimiento informado. Pero en realidad, se trata de consentimiento manipulado.

Ese aviso se manifiesta de muchas formas. A través de la ficción predictiva en películas, series, libros. Matrix, 1984, Contagio, El Juego del Calamar, Black Mirror... no son solo entretenimiento. Son revelaciones codificadas, rituales de exposición. Si ves, te impactas, pero no haces nada… has consentido.

También ocurre en los contratos y términos que aceptas sin leer: cookies, cláusulas bancarias, condiciones de apps, acuerdos legales. Marcas “aceptar” sin saber. Eso es consentimiento tácito. El sistema legal comercial funciona sobre la ignorancia deliberada del ciudadano.

Sucede con documentos públicos disponibles, pero que nadie consulta: la Agenda 2030, los tratados climáticos, los reglamentos de la OMS. Son visibles, pero invisibles al ojo entrenado para obedecer. Ocurre también en rituales masivos como inauguraciones, eventos globales, galas, discursos... cargados de simbología esotérica que pasa desapercibida. Logos con geometría sagrada, palabras codificadas, música ritualizada. Si los consumes sin conciencia, tu psique los valida.

Se manifiesta incluso en el lenguaje político: “es por tu seguridad”, “la ciencia lo avala”, “es por el bien común”. Y tú asientes. No por convicción, sino por programación. No por libertad, sino por miedo. Así legitimas censuras, guerras, pandemias, recortes, sistemas educativos, sin darte cuenta. Has aceptado, simplemente por no haberte opuesto.

La lógica detrás de esto es perversa, pero coherente: “Te mostramos lo que vamos a hacer. Si no dices nada, lo consientes.” No es solo una estrategia jurídica. Es un acto ritual. Es magia mental. Porque si tú ves, sientes, entiendes y no haces nada... tu alma ha dicho sí.

Un ejemplo claro: Event 201, un simulacro de pandemia global organizado antes de 2020. Fue público. Se avisó. Luego llegó la pandemia. Nadie lo detuvo. Consentido tácitamente. Otro ejemplo: llevas a tus hijos a la escuela aunque critiques el sistema educativo. Al hacerlo, lo legitimas. Votas aunque sepas que no importa a quién. Participas del juego. Y si no votas, pero no cuestionas, también consientes.

Incluso en el BOE se reconoce la modificación climática como legal. ¿La población lo sabe? No. ¿La consiente? Sí. Porque no se opone. El consentimiento tácito no necesita tu acuerdo explícito. Le basta con tu inacción.

El libre albedrío es inviolable, pero puede ser seducido, dormido o distraído. Las élites lo saben: no pueden invadirte directamente sin generar consecuencias para ellas. Necesitan que tú abras la puerta. Que consientas desde la ignorancia, desde el miedo o desde la resignación. El alma que no ve, consiente por omisión.

La desconexión entre mente, cuerpo y alma —producto del trauma, la educación y los medios— genera seres disociados, obedientes, sin voluntad. Y ese terreno es fértil para el consentimiento tácito. No hace falta que estés de acuerdo. Basta con que no te rebeles.

Creemos que somos libres. Que elegimos. Que tenemos voz. Pero vivimos bajo una lógica invisible que sostiene el sistema: si no dices “no”, el sistema asume un “sí”. No necesitas firmar nada. Basta con que mires hacia otro lado.

Por eso el consentimiento tácito es la herramienta más poderosa del sistema de control global. Las élites la utilizan como llave maestra. Porque con tu rutina, tu obediencia, tu silencio... tú les das el poder. Y eso no es esclavitud impuesta. Es esclavitud elegida.

Romper ese hechizo requiere lucidez, valentía y disciplina espiritual. Significa educarte en leyes ocultas, ingeniería social, principios herméticos. Recuperar tu alfabetización legal, energética y vibracional. Porque no puedes salir de una trampa que no ves.

El primer paso es reconocer que tú no eres la persona jurídica. Eres un ser vivo, soberano. Tu cuerpo, tu energía, tu voluntad no pertenecen al sistema. Puedes declarar tu no consentimiento. Escribirlo, decirlo, vivirlo: “Revoco todo consentimiento inconsciente otorgado a estructuras de control visibles e invisibles.” Esa declaración, si es coherente con tus actos, tiene poder vibracional. Porque lo que protege no es un abogado, sino tu frecuencia. La claridad, la coherencia, la verdad vibran alto. Y esas frecuencias no pueden ser manipuladas.

Y sobre todo, debes actuar desde la ley natural. No la ley del hombre. No la ley comercial. Sino aquella que respeta la vida, la conciencia, la libertad y la verdad. Ahí no hay contratos ocultos. No hay trampas. Desde esa ley se construye otra realidad. Otro orden. Otra humanidad.

Aintzane Castillo 

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